Una curiosa costumbre española es limitar el consumo de cava al final de la comida o de la cena, cuando en realidad el cava puede acompañar gloriosamente desde principio a fin como lo que es, un vino, espumoso pero vino al fin y al cabo. Esto no es ninguna novedad para los que me leen desde Cataluña y otros territorios mediterráneos, pero parece una extravagancia en la mayor parte del territorio nacional.
Me gusta comer con cava y tengo la suerte de que esta bebida anda más bien barata en función de lo que se recibe a cambio, sobre todo si comparamos con vinos blancos de cierto nivel. Por menos de cinco euros hay en los supermercados unos cavas brut nature que te dejan la boca muy contenta y si encima hay invitados quedas como un marqués.
Lo malo es que una vez en el restaurante, la carta de espumosos resulta generalmente lamentable, salvo honrosas excepciones. Para empezar la variedad resulta muy exigua y los precios inflados. No es extraño que se ofrezcan Champagnes a precios disparatados y cavas de gama baja con tarifas disuasorias. Los hosteleros podrían ganar mucho dinero vendiendo cavas además de vinos blancos y/o rosados, pero la tendencia general es considerar al cava como un producto marcadamente navideño o reservado a momentos muy románticos.
Tanto en supermercados como en tiendas online, la variedad de elección es enorme y el cava está al alcance de cualquier bolsillo; no podemos decir que ocurra lo mismo en los restaurantes, donde casi parece que no quisieran venderlo. Una paella de marisco o un plato de pescado tienen en el cava un acompañante de lujo sin falta de recurrir a vinos blancos galácticos.
Curiosamente mi espumoso favorito no es el Champagne sino el Cremant d'Alsace y he probado excelentes espumosos portugueses. En cuanto al cava nacional, hay mucho donde elegir y sin arruinarse. Cuesta un pelín recibir invitados con una copa de cava y comentarles que se va a seguir con él hasta el final, ya que hay gente que toma vino tinto sistemáticamente, o sea que no digamos ya lo de servir cava rosado, que algunos ven como toda una excentricidad.
Si los productores quieren elevar sus ventas deberían hacer campaña publicitaria porque el consumidor español medio sigue sin asociar cava con comida y lamentablemente no conviene tomarlo tras el postre por norma general.
Y con los tapones especiales para botellas de cava, lo que no se toma hoy estará igualmente aceptable mañana. Si sobra un poquito, siempre lo podemos usar para cocinar, pero mejor que se quede en el paladar.
Si productos como Canei o los Lambrusco tienen tanto éxito, el cava no debería quedarse atrás.
Me gusta comer con cava y tengo la suerte de que esta bebida anda más bien barata en función de lo que se recibe a cambio, sobre todo si comparamos con vinos blancos de cierto nivel. Por menos de cinco euros hay en los supermercados unos cavas brut nature que te dejan la boca muy contenta y si encima hay invitados quedas como un marqués.
Lo malo es que una vez en el restaurante, la carta de espumosos resulta generalmente lamentable, salvo honrosas excepciones. Para empezar la variedad resulta muy exigua y los precios inflados. No es extraño que se ofrezcan Champagnes a precios disparatados y cavas de gama baja con tarifas disuasorias. Los hosteleros podrían ganar mucho dinero vendiendo cavas además de vinos blancos y/o rosados, pero la tendencia general es considerar al cava como un producto marcadamente navideño o reservado a momentos muy románticos.
Tanto en supermercados como en tiendas online, la variedad de elección es enorme y el cava está al alcance de cualquier bolsillo; no podemos decir que ocurra lo mismo en los restaurantes, donde casi parece que no quisieran venderlo. Una paella de marisco o un plato de pescado tienen en el cava un acompañante de lujo sin falta de recurrir a vinos blancos galácticos.
Curiosamente mi espumoso favorito no es el Champagne sino el Cremant d'Alsace y he probado excelentes espumosos portugueses. En cuanto al cava nacional, hay mucho donde elegir y sin arruinarse. Cuesta un pelín recibir invitados con una copa de cava y comentarles que se va a seguir con él hasta el final, ya que hay gente que toma vino tinto sistemáticamente, o sea que no digamos ya lo de servir cava rosado, que algunos ven como toda una excentricidad.
Si los productores quieren elevar sus ventas deberían hacer campaña publicitaria porque el consumidor español medio sigue sin asociar cava con comida y lamentablemente no conviene tomarlo tras el postre por norma general.
Y con los tapones especiales para botellas de cava, lo que no se toma hoy estará igualmente aceptable mañana. Si sobra un poquito, siempre lo podemos usar para cocinar, pero mejor que se quede en el paladar.
Si productos como Canei o los Lambrusco tienen tanto éxito, el cava no debería quedarse atrás.