En el terreno de lo dulce hay muy pocos alimentos que estén a la altura de los famosos Nicanores de Boñar. Es abrir una caja y vaciarse a toda velocidad. La clave está en la calidad extrema de estos hojaldres tan mantecosos que se derriten en la boca. Llevan elaborandose desde finales del siglo XIX en la localidad leonesa de Boñar y son ideales para cualquier goloso que se precie. Como la producción es relativamente reducida, los precios son algo altos y te sale cada Nicanor casi por un euro, lo que asusta un pelín a pesar de lo buenos que están. Normalmente en el mismo Boñar o en cualquier tienda de delicatessen te gastas 10 euros en cada caja. Por ese mismo dinero te llevas dos cajas de corbatas de Unquera, por ejemplo. Lo bueno es que en los supermercados Leclerc de León y Andorra se pueden encontrar a 7 euros y medio la caja, lo que equivale a un descuento del 25% sobre el precio oficial habitual. De los Nicanores no puedes comprar una única caja nunca porque siempre queda gana de más. Ningún hotel de cinco estrellas se atreve a poner Nicanores en su buffet de desayunos porque se arruinaría. Si no tenemos a mano una tienda donde los vendan, se pueden comprar online fácilmente pero no a través de su web oficial.
Ojo porque esto no es un publirreportaje aunque lo parezca. Los de Bofrost no me dan nada a cambio de hablar bien de ellos. El caso es que ya conocía la empresa desde hace años porque una vecina les compraba muchísimo, ya que no podía ir a la compra y prefería que se lo sirvieran todo a domicilio. La tal vecina no tenía problemas económicos y yo prefería comprar más barato en supermercados convencionales. Lo que ocurrió fue que me mudé a una vivienda unifamiliar y desde entonces me animé a probar los productos congelados de Bofrost, siempre más caros que otros similares que se hallan en la gran distribución comercial. No me parecía convincente la ventaja del servicio a domicilio porque utilizaba bolsas isotérmicas para el transporte. Tras un primer pedido fui cambiando de idea. El incremento de precio redundaba en una calidad muy superior y aunque el aumento de gasto era aritmético, el incremento de calidad resultaba geométrico o exponencial, si se me permite el juego de palabras